LA HECATOMBE
Se autoproclaman creadores del “mejor programa de vacunación del mundo”, se toman fotos inocuas con la llegada al país de un número irrisorio de vacunas, hacen de la distribución de las vacunas un grotesco espectáculo propagandístico llegando incluso a poner en peligro la viabilidad de las vacunas porque tiene que salir el politiquero en la foto. Entre tanto el virus avanza inclemente e inexorable entre la preocupación de las familias, el ahogo y la tos de los enfermos graves y el vacío inusitado de los que parten y que ya pasan de los 400 por día.
Algo, definitivamente, no ha funcionado. Algo se les ha escapado a las mentes privilegiadas que, dicen, han tenido siempre a su lado, apoyándolos en las decisiones que han marcado la respuesta a los retos que impone a diario la expansión inmisericorde de este malhadado virus.
Algo no cuadra en las cifras que han estado enseñando a la opinión pública. Con una positividad en las aún escasas pruebas diagnósticas que se hacen que ya llega al 30% se demuestra que el virus se expande en forma violenta entre la población, difícil contenerlo cuando ni las mismas autoridades dan ejemplo de lo que se debe hacer y entonces tenemos concejales y congresistas que salen del país a zonas turísticas a pasar vacaciones en medio de la tragedia, mandatarios locales que sueltan el timón de sus administraciones para viajar a Costa Rica, a República Dominicana, a Miami, no obstante el riesgo que representan tales atrevimientos, cuando son ellos mismos los que exigen de la población a su cargo, los de ruana, recogimiento y aislamiento, prudencia y cuarentenas a la lata.
Algo suena falso, poco creíble, cosmético en las entrevistas que hace el primer mandatario, convertido en presentador consuetudinario de un programa de muy bajo rating y, por ende, minúsculo impacto, a sus propios funcionarios, referente a las medidas a implementar para controlar la calamidad que nos golpea cada vez con mayor fuerza.
Los contagios aumentan día a día, los casos de gravedad llenan las camas disponibles, las UCI ya no alcanzan, no hay cama para tanta gente, en algunas regiones empiezan a aplicar protocolos de algo que dieron en llamar triage ético, mediante el cual simplemente escogen entre los yacientes a aquel que podrá utilizar con mayores posibilidades de supervivencia las, cada vez más escasas, unidades de cuidado crítico, medida en sí mismas del fracaso del abordaje de la hecatombe.
El temor y la muerte, la miseria y el hambre campean por doquier.
El jefe de las finanzas del Estado sale en una entrevista en un medio ya bastante desacreditado a demostrar el precario conocimiento que tiene del costo de los alimentos básicos en el país, precisamente en momentos en que propone una nueva reforma tributaria que, bajo un nombre tan largo como grande fue la placa descubierta durante la inauguración del túnel de la Línea, simplemente busca recoger más recursos de la empobrecida clase media, manteniendo exenciones a los grupos empresariales y financieros más grandes del país.
Los pequeños comerciantes, las pequeñas y medianas empresas, mayores empleadores del país, fenecen ante la intensidad de la crisis. Banderas rojas en las ventanas de barrios populares y de clase media venida a menos llaman la atención acerca de sus necesidades insatisfechas de supervivencia.
En medio de este cuadro dantesco aparecen los representantes de un gobierno, cada vez más ajeno a la realidad del país, hablando de comprar aviones para “modernizar” las fuerzas militares, comprando insumos para los órganos represivos de la protesta social, vehículos para el uso de los grandes funcionarios que se pasean como magnates por las calles destrozadas de la ciudad empobrecida, ascensores para el Palacio de Nariño. Se descubren cada día más y más negociados, se nombran más y más burócratas sin méritos académicos en cargos de representación, mientras los órganos de control, obsequiosos, se valen de artimañas y truculencias para ocultar y desviar las investigaciones. La gente se muestra escéptica frente al alcance de la tan cacareada “inmunidad de rebaño” pues las vacunas llegan a cuentagotas, pero está cada vez más convencida de que hemos alcanzado la impunidad de rebaño para los funcionarios corruptos.
Hace algunos años un político hablaba de lo cerca que estábamos de LA HECATOMBE y de la importancia de darle continuidad a sus políticas de gobierno en primera o por interpuesta persona para no alcanzar ese terrible desenlace, pero henos aquí, luego de veinte años de dominio de ese político, o de los que él mismo ha sugerido, con un gobierno de se hunde en el descrédito y, según el aborrecible jefe de finanzas del mismo, con recursos financieros para no más de tres semanas, con una deuda externa impagable, sin apoyo estatal para la población cada vez más arruinada.
Colombia es hoy por hoy una nación fallida, la violencia se ha tomado sus calles, sus caminos, sus ciudades y sus campos, masacres tras masacres se presentan en todo el territorio nacional, se asesinan a diario más líderes sociales, profesores, firmantes del proceso de paz, se reactiva la guerra genocida, se incumplen descaradamente los acuerdos alcanzados en la Habana después de años de negociaciones.
Llevados al precipicio por el fracaso rotundo de las políticas de este gobierno que son las mismas de ese político ya aludido, buscan generar distracciones aberrantes, “refuerzan” la frontera con el país vecino al que el locuaz gobernante le fijo un perentorio plazo que, por supuesto, no se ha cumplido, hacen maniobras militares irresponsablemente con unos cañones y unos vehículos repotenciados, generando aires de guerra pues una guerra sería el golpe maestro para tratar de evitar su derrumbe electoral en el año que viene.
En Bogotá, rosa de los vientos, cereza del pastel, cueva de los tesoros, la urbe fría pero acogedora, la casa de todos los colombianos y también de los hermanos venezolanos que buscan sobrevivir, una administración cada vez más cuestionada, con revelaciones de hechos cada vez más protuberantes de corrupción, cada vez más alejada de la ciudadanía, cada vez más autocrática, se hunde también en el descrédito mientras la ciudad naufraga también en la miseria, la inseguridad, el desempleo, el hambre y el virus da el golpe final a esa población empobrecida, desesperada, angustiada, trémula, que no ve salida a su desgracia.
Lo niegan todo, no solamente actúan tarde y con negligencia, sino que, ante el aumento de los contagios, la insuficiencia de las camas y la ineficiencia en el proceso de vacunación que debiera imponerles tareas en relación con la educación y la prevención, prefieren culpar a la gente de su derrota y de la catástrofe que han causado y siguen causando. Sabían que se venía la tercera ola, pero permitieron a la gente salir a vacacionar en Semana Santa. Quizá hubiera sido preferible aplicar la cuarentena en ese momento. No hay rectoría ni liderazgo en salud en Bogotá, pero los mentirosos y los destructores somos los que criticamos su precario desempeño, su irresponsabilidad, su negligencia, su corrupción. Bogotá refleja lo que sucede en Colombia. Nos gobiernan indolentes payasos asesinos…
Entonces proceden con lo único que les ha dado algún alivio en medio de la tormenta, la cuarentena y no es que la cuarentena no sirva para contener el contagio, es que luego de un año largo de pandemia y con la lentitud en adquirir y aplicar las vacunas, es la única herramienta que tienen para hacerlo. Ni renta básica, ni educación, sólo un programita costoso que nadie ve, declaraciones altisonantes, restricciones cada vez más sofisticadas, porque su creatividad está al servicio precisamente de contener, reprimir, estrangular.
Pero la gente tiene que salir a trabajar, la vida tiene que seguir, el transporte público abarrotado, miles de personas ocupan a diario los buses atestados de Transmilenio, ¿cuántas de ellas se contagiarán por esta vía?: Con las aglomeraciones en Transmilenio queda muy claro que estamos dando pasos contundentes para configurar una cuarta, quinta, sexta ola…
El confinamiento impuesto por la alcaldesa y su equipo de sabios es tan postizo e inocuo como su «compromiso» anticorrupción. Un confinamiento engañoso pues no todo se resuelve con «pedagogía» o con medidas policiales, probablemente el virus mate más rápido que el hambre, pero a veces el riesgo de morir es menos temible y doloroso que ver la cara de hambre de los hijos…
La declaración de alerta roja hospitalaria en la ciudad de Bogotá es la consecuencia de no haber tomado medidas contundentes y oportunas frente al avance de la pandemia. Ellos, como siempre, se lavarán las manos, dirán que la culpa es de la gente por indisciplinada, inconsciente e indolente. Pasarán por alto que nunca se tomaron en serio las necesidades de las personas de a pie, que obligaron a las personas a acudir a sus trabajos en buses atestados, que las salidas de Bogotá son coladores bidireccionales, que mantuvieron abierto el aeropuerto más allá de lo aconsejado, que se demoraron en la adquisición de las vacunas, que han permitido actos de corrupción en la distribución y aplicación de las mismas, que, fuera de frases grandilocuentes y buenos propósitos, nada han hecho para garantizarle a la ciudadanía más vulnerable una renta básica.
Si de verdad cuidaran la vida ¿Por qué tantas banderas rojas en las ventanas? ¿Por qué los Transmilenio abarrotados? ¿Por qué tanta inseguridad sin doliente? ¿Por qué las calles destrozadas? ¿Por qué tanta opacidad en el manejo de recursos y contratación? ¡Hipócritas corruptos!
NOTA BENE
Ya empiezan a surgir de los reductos más inusitados las voces de quienes cuestionan el paro del 28 de abril no por injustificado, no por impertinente, no por innecesario, sino por «inoportuno». Al mensaje apocalíptico del jefe de finanzas de este gobierno de depredadores en el sentido de que si no hay reforma tributaria, la octava que él mismo propone en los últimos 20 años y la tercera en este nefasto cuatrienio, habrá cesación de pagos del gobierno en tres semanas, no habrá lugar a esos minúsculos gestos solidarios que el gobierno aprovecha y publicita sin decoro para acallar sus escrúpulos y morigerar la vergüenza, si es que alguna vez alguno de sus miembros ha experimentado escrúpulos y vergüenza, a ese mensaje, repito, se unen esas voces «oportunas» y no menos apocalípticas que auguran muerte y enfermedad a corto plazo como consecuencia de la probable exposición al virus por parte de quienes vamos a participar en la protesta.
La lluvia de deshonestidades, exageraciones, abusos, componendas, mentiras, falsas promesas, asesinatos selectivos, masacres, calumnias y litros y litros de sangre ha provocado ese fondo musical que como el croar de las ranas después de un gran chaparrón intentan meternos más miedo, hacer flaquear nuestra indignación y promover nuestro silencio, incluso proponen formas «creativas» de protesta, asépticas, intrascendentes, inanes: cacerolazos, twitteratones, abrazatones tántricos.
La pandemia como exacerbadora del ultraje consuetudinario a la población, pero también como gran silenciadora de su protesta.
¡Pues no señores! Así como nadie protesta ni a nadie le duele ni nadie reclama por las aglomeraciones consuetudinarias en el transporte público que mueve millones, no decenas de miles, millones de personas vulnerables a diario hacia sus poco salubres sitios de trabajo, así como no faltan los genios que fomentan el retorno a clases presenciales de millones de niños y adolescentes, saldremos a marchar con tapabocas, caretas, distanciamiento social el 28 porque estamos cansados de tanta mentira, de tanta manipulación, de tanta indolencia, de tanto empujarnos de a poquitos hacia el precipicio, de tanta irresponsabilidad y negligencia por parte de un gobierno que favorece a tan pocos al costo de expoliar, agredir, engañar y manipular a la mayoría.
Es más, nuestro paro deberá ser indefinido para que dé una buena vez sepamos quien es el que manda en este país, si vamos a darle la razón al poderoso mensaje postrero de Policarpa Salavarrieta y seguiremos siendo ese pueblo indolente de la patria boba, de la nación fallida, del rincón tenebroso de la inequidad, la corrupción y los asesinatos selectivos o los rebeldes que nos atrevemos a apostar hasta nuestras propias vidas por el país que soñamos.
CARLOS FAJARDO MD