La Rabia que Camina
Mi voz la que está gritando
Mi sueño el que sigue entero
Y sepan que solo muero
Si ustedes van aflojando
Porque el que murió peleando
¡Vive en cada compañero!
Por nuestros muertos
¡Ni un minuto de silencio!
¡Toda una vida de combate!
El Paro Nacional dio sus primeros pasos de gigante el pasado 28 de abril del 2021. Convocadas las centrales obreras, los colectivos artísticos, sindicatos de todas las ramas del trabajo, defensores sociales y orgullosos guardianes de la ancestralidad, convocada la ciudadanía en grande con su multiplicidad de formas y sonidos fuimos partícipes de movilizaciones masivas que fueron espejo, según el comunicado del mismo día de la CUT, de más de 50 ciudades en el extranjero que se sumaron a este reclamo expresión de indignación colectiva. En medio de la crisis social y económica más grave de las últimas décadas, acrecentada por el advenimiento de la pandemia y la negligencia y perfidia del gobierno que intencionalmente marginó a los malvivientes de este cadalso con bandera a ocupar los últimos turnos para la repartición de este bien invaluable que son las vacunas, una serie de reformas, con las que se pretendía paliar, según las altas esferas del poder, la grave crisis económica que se avecinaba, fueron la chispa que unió las mechas del pasado 21 de Noviembre de 2019, la masacre del 9 de Septiembre de 2020 y demás enardecimientos y desgracias recientes con esta nueva hoguera de rabia contenida y anticipada.
La rabia que camina: Más de un mes suman ya las manifestaciones y bloqueos en todo el país, días llenos de esperanza y color y noches cargadas de zozobra y abusos. Un nuevo historial de héroes y mártires se suma a los anales macabros de la patria, pero la esperanza sigue incólume, y se percibe el recuerdo de los manifestantes chilenos, que a finales de 2019 dieron inicio a una sublevación popular que terminaría, tras más de 6 meses de resistencia y enfrentamientos con la fuerza pública, en una nueva constitución que enviará, de una vez por todas, esos rezagos de la dictadura al más ignominioso abismo. No vamos mal, hasta el momento la renuncia del Ministro de Hacienda, el retiro de la reforma tributaria y archivamiento de la reforma a la salud que amenazaban con precarizar la ya deficiente y estentórea garantía de los derechos básicos de los ciudadanos y también el retiro de la Copa América en Colombia, para desgracia de los directivos corruptos de la CONMEBOL, son todas victorias que ha obtenido el pueblo movilizado no sólo a pulso, sino a sangre y fuego (balas los unos, piedras y palos los otros).
Lucas Villa salió de su casa en Pereira el pasado 5 de mayo con su habitual sonrisa y jovialidad. Iba a encontrarse con aquellos que le acompañarían en una manifestación legítima en el que el arte y la cultura serían protagonistas. Querido por su familia y conocidos, su hermana lo describía como alguien que la impulsaba día tras día a dar lo mejor de sí, a superarse constantemente. En varios videos se le ve bailando al son de arengas, trepado en la baranda de un puente en peligroso equilibrio, nunca atacando, rompiendo o quemando (y aún si así fuese no sería merecedor de su destino). No fueron uno sino ocho impactos de bala, regadas en todo su cuerpo los que cercenarían esa esperanza de verlo regresar a casa sano y salvo. El país entero se sumó al llanto de sus familiares y Lucas fue sujeto de las oraciones multitudinarias que a todo lo largo y ancho de nuestra geografía simpatizantes y dolientes dirigían al cielo, esperando que una fuerza mayor interviniese. Tras siete días en una unidad de cuidados intensivos la realidad penosa de sus heridas pudo más que el fervor de los que se aferraban a la esperanza. Sus verdugos concretaron su funesta sentencia, Lucas el estudiante no fue más, pero Lucas el símbolo se reproduce por todos los canales; un puente en Cartagena lleva indeleble su rostro.
Nos sacaron los ojos, nos dispararon a quemarropa y nos violaron. Estrenando entusiasmados sus nuevos juguetes de guerra contra una resistencia del paleolítico, nos embistieron sus tanquetas negras, tan negras como el negro presagio de un estado de conmoción y días más aciagos. En los palcos, sus libretos amañados y sus sofismas, tantas veces practicados, pretenden hacer pasar la justa rabia por amenaza terrorista, el mismo modus operandi criminal del terrorismo de Estado que en 1919 daba muerte a 20 sastres que se atrevieron a arremeter con piedras y palos contra el palacio de gobierno, el que un 8 de junio de 1929 acalló para siempre la voz de Gonzalo Bravo Pérez, en medio de una protesta contra la también infame Masacre de las Bananeras. Otros 13 estudiantes murieron en junio de 1954, entre ellos Uriel Gutiérrez, conocido por su carisma y su carácter.
Hoy vemos como tantos otros se suman a esta lista, en perpetua expansión, no solo de mártires sino también de incautos que no cometieron otra falta que la de estar en el lugar y momento equivocados. Los desaparecidos de esta jornada de protestas han aparecido por partes, con el horror sistemático de este régimen de la eterna apatía grabado en sus rostros decapitados: Un torso mutilado y esta cabeza huérfana encontrados al sur de Bogotá eran noticia del día hace poco menos de una semana, desde entonces estos hallazgos macabros se han reproducido a lo largo y ancho de todo el país. El clamor de las madres que buscan sus hijos recuerda la dignidad y la tragedia de aquellas madres de la Plaza de Mayo; el dolor trasciende fronteras acentos y latitudes. Las fuerzas criminales del Estado nunca han protegido más que su propia indolencia, y la de sus superiores en las altas esferas que ven desde sus rascacielos como el país entero se inunda de sangre.
Jeisson García, Cristian Alexis Moncayo Manchado, Charlie Parra Banguera, Michel David Reyes Pérez, Brian Gabriel Rojas López, Marcelo Agredo Inchima, Miguel Ángel Pinto Molina, Dadimir Daza Correa… 59 víctimas mortales según el portal Indepaz, hasta el pasado 23 de mayo que deja la violencia desbocada de la fuerza pública y sus apéndices paramilitares. El mundo entero ha sido testigo de la represión del desgobierno. El déspota, digo, señor presidente enfrenta ya una denuncia por delitos de lesa humanidad en la CIDH y seguramente, a las 19 condenas que ya ostenta esta Polombia con “P” de pobreza, pena y perfidia se le sumarán otras tantas. Una de estas, en razón a los abusos cometidos en noviembre de 2019, obligaba al gobierno colombiano a garantizar el derecho a la protesta. El desacato descarado de estas sentencias causa repudio en todo el globo, y las afectaciones a la confianza inversionista y a la misma industria nacional que seguiría con las sanciones a ese régimen tiránico y fascista son miles de veces más costosas que los 20.000 millones que se presupuestaban para el restablecimiento del servicio de Transmilenio en la capital.
Hoy las aves de rapiña se posan sobre el cadáver desnudo de la patria, flaca y maltratada, a vista de tantas fieras que desde sus palcos tricolores se regodean complacidas. Al fondo, se escucha el rumor de las turbas enardecidas ataviadas de blanco que claman con aullidos y “fervor patriótico” juzgar a la víctima y desconocer al asesino. Débora Arango tenía algo de profeta, o es que la realidad de este país ha sido siempre, acaso, tan putrefacta.
Juan Sebastián Fajardo Ardila
Estudiante de Periodismo