En vacunas… “no por mucho madrugar amanece más temprano”.
Por Herman Redondo Gómez MD
En el mundo entero, afectado por la pandemia ocasionada por el virus SARS-Cov-2 (Covid-19), se ha desencadenado un pánico enorme que ha conducido a una carrera vertiginosa de la industria farmacéutica por llegar primero con la vacuna contra el citado virus. Es entendible, si aquel que llegue primero, obtendrá ganancias que se contarán en billones de dólares. ¡El negocio del siglo! ¡Son más de siete mil millones de personas en el planeta listas a consumir vacunas!
Preocupa que, por la presión de la opinión pública, por su ansiedad y deseo de volver a la normalidad, empujen el mercado y a la industria farmacéutica a sacar a como dé lugar, una vacuna sin el tiempo necesario para ser probada y estudiados todos sus posibles efectos adversos.
Sin duda, las vacunas son el descubrimiento más grande e importante para la medicina, en la medida en que prevengan efectivamente la enfermedad, sin caer en ligerezas de llegar primero, más orientados por el ánimo de lucro que por subyugar las necesidades de atención de la nueva enfermedad. El método científico, por años probado, es muy estricto y requiere tiempo antes de sacar una vacuna al mercado; sobre todo tratándose de una enfermedad que apenas está cumpliendo un año de existencia en el planeta y de la que en todos los ámbitos científicos se estima que hasta ahora se está conociendo.
Recordemos que, por ejemplo, la vacuna contra la varicela tomó cerca de 28 años, la del rotavirus 15 años, la de la tuberculosis unos 13 años y, la ya llevamos casi 40 años desde la aparición del VIH SIDA y aun no tenemos vacuna. ¿Cuánto tiempo lleva el Profesor Patarroyo con su equipo para lograr la vacuna contra el paludismo con altos niveles de efectividad? ¿Cómo podríamos pregonar la existencia de vacunas con una efectividad superior al 95%, sin haber sido probadas en el tiempo?
Preocupa que no solo la industria farmacéutica, sino personalidades de trascendencia mundial como el Presidente Donald Trump, salgan irresponsablemente a decirle a la humanidad anhelante de una cura o una inmunización efectiva, que habrá una vacuna para fines de 2020, facilitando el apresuramiento de la vacuna antes de disponer de la evidencia científica suficiente, porque sencillamente el tiempo para probarla es insuficiente.
De paso, el anuncio prematuro de la llegada de una vacuna salvadora llevará al público, a los políticos y a los gobiernos a bajar la guardia con el virus, lo que facilitará los rebrotes, como ya está sucediendo.
Colombia no es ajena a este fenómeno, al punto que se ha presentado a consideración del Congreso un proyecto de Ley de origen parlamentario (Centro Democrático) por el cual se permitirá que Colombia acceda a la inmunización en contra del Covid-19.
Uno se pregunta: ¿es necesaria una Ley para comprar vacunas? ¿No sería más fácil, simplemente, incluir la vacuna cuando esté disponible dentro del PAI (Programa Ampliado de Isoinmunizaciones)?
En fin, el proyecto va volando, a “pupitrazo limpio”, al punto que ya la Plenaria de la Cámara de Representantes lo aprobó en el tercer debate, de cuatro requeridos por ser ley ordinaria. Es decir, la iniciativa está a un debate de convertirse en ley.
No obstante, durante la plenaria algunos congresistas que no degluten entero se refirieron a un polémico artículo que generó discusión y preocupación en el gremio médico: se trata de un artículo en el se establece que los fabricantes de vacunas contra la Covid–19, adquiridas y suministradas por el Gobierno Nacional, sólo serán responsables por acciones u omisiones dolosas o gravemente culposas, o por el incumplimiento de sus obligaciones de buenas prácticas de manufactura o de cualquier otra obligación que le haya sido impuesta en el proceso de aprobación. Es decir, la industria farmacéutica se quedará con la ganancia y el Estado Colombiano con las secuelas, complicaciones o efectos adversos que la vacuna eventualmente pueda producir a la población.
Eximir de las responsabilidades a las farmacéuticas, en caso de que las vacunas presenten efectos secundarios indeseables, es algo que no se comprende. La fármacovigilancia y la atención de los efectos adversos compete al Estado, pero igualmente al productor, a quién no se le debe facilitar escurrir el bulto de tamaña responsabilidad.
Por eso recuerdo con nostalgia la frase que uno de mis maestros con frecuencia repetía: “en materia de medicamentos… es mejor andar a la penúltima moda” y, en materia de vacunas, lo que nos ha enseñado la sabiduría popular: “no por mucho madrugar… amanece más temprano”.
HEREGO/