ALERTA ROJA
Noche típica en Bogotá, fría y lluviosa, y nosotros que teníamos que preparar un parcial de Anatomía. Estábamos reunidos seis compañeros. Como todas las veces, las primeras horas las dedicábamos a charlar y esa noche, ¡sí que había tema!
Los sucesos de la última reunión, por ejemplo. Las incidencias habían sido varias. Desde cuando tuvimos que calmar al «gato», que como siempre, se emborrachaba con el primer trago y empezaba a buscarle pelea hasta a su sombra. En esta oportunidad la disculpa era. “Quien le había echado sal en el hombro?”. Después de convencerlo largamente, se había logrado calmar y enviar a su casa en un taxi.
Pero inmediatamente surgió la discusión del abuelo del compañero que había prestado la casa, quien recriminaba a Osejo, un compañero que utilizaba lenguaje de grueso calibre mientras calmaba al «gato», lo curioso era que el abuelo lo regañaba con palabras todavía más groseras. Mientras esto ocurría, «Pipí», el bareto del grupo había aprovechado para echarse su «pasadita» escondido en el baño.
Y a propósito del baño, ¿qué tal la chanza del ordinario del Ramírez? Era el compañero que tenía una forma especial de bromear, en esta ocasión, se le había ocurrido quemar las cortinas del baño con un cigarrillo y echar los cepillos de dientes a la taza.
También estaba el problema de las chanzas entre nosotros, que se estaban pasando de la raya. En una fiesta anterior y aprovechando una máquina de afeitar eléctrica, «Caremuñeco» había afeitado toda una pierna al «Pastuso» (acordándose del chiste del pastuso que lo habían invitado a una fiesta pero tenía que llevar “una pelada”), luego que se había emborrachado y en ésta, el «corroncho» (gran amigo del «pastuso») como venganza, le había afeitado un pedazo de la cabeza, por lo que le tocó rapársela toda y andaba con boina y resentido.
Otra pelea, esta sí, muy celebrada, fue la que tratamos de armar, entre «Minuto», un compañero que debía medir 1m45 y era bien flaco, con Díaz, el compañero que medía aproximadamente 1m86 y que nosotros le decíamos «Manos de seda» por el tamaño y la fuerza de sus manos. La pelea por supuesto no se realizó para fortuna de «Minuto» pues hubiera quedado nuevamente mal parado. Hacía unos dos meses que le habían dado una golpiza en el barrio donde vivía, al parecer porque no le caía bien a los muchachos que allí residían por su actitud arrogante. Y es que «Minuto», andaba siempre de vestido de paño, corbata, gabardina y paraguas y no miraba a nadie del barrio pues ya se consideraba «el doctor» a pesar de que apenas estábamos cursando segundo semestre. Este compañero, por otra parte, tenía una forma muy particular de conseguir plata para llevarle serenata a la novia: Iba con relativa frecuencia a donar al banco de sangre.
A la actitud de sentirnos ya unos profesionales, contribuía el ambiente de familiaridad que nos hacían sentir en el hospital de San José. Gracias a los lineamientos de nuestro decano: Guillermo Ferguson, quien decía que debíamos “untarnos de paciente desde el principio” y los internos y los residentes nos trataban bien a los primíparos, los divertíamos con las bromas que nos hacían por nuestra inexperiencia. Con frecuencia nos poníamos una blusa blanca y nos íbamos a Urgencias, donde nos permitían coser alguna herida simple o nos ponían a escribir alguna historia clínica, con estas actitudes nos sentíamos como en nuestra casa, pero lo más importante, nos dábamos aire ya de médicos, unos más que otros. Comentábamos por ejemplo como Salamanca, otro compañero. Quién había convencido a su mamá, que él ya estaba haciendo turnos y atendía pacientes.
Después de algunas horas, la charla estaba decayendo, pues no quedaba mucho que comentar, pero tampoco estábamos en ánimo de estudiar todavía y con esa noche no se podía hacer mucho. Había que inventarse algo divertido, pero ¿qué?
Surgió entonces la idea: Pues vamos a hacerle una broma a Salamanca, a propósito de lo que estábamos comentando sobre los supuestos turnos, acordamos los detalles y pusimos el plan en ejecución. El compañero de voz más grave llamó a su casa, Contestó la mamá, la charla fue más o menos en este tono:
-«Por favor el doctor Salamanca?
-No señor él no se encuentra, está estudiando en la casa de un amigo. quien le necesita?
-Vea señora, es aquí del servicio de Urgencias del hospital. Es que.. esta noche ocurrió un accidente muy grave por la autopista y nos están llegando muchos heridos, estamos llamando a todos los médicos para que nos vengan a ayudar a atenderlos
-Ay doctor¡ Yo sé dónde se encuentra, lo llamo ya mismo y le comento.
-Gracias señora, le agradecería que fuera lo más pronto posible.
-No se preocupe doctor, Ya mismo me pongo en eso.»
Buen tiempo duramos riéndonos de las expresiones y la preocupación de la señora con la situación planteada, pero solo hasta el día siguiente pudimos enterarnos de lo que había pasado. Efectivamente la señora ubicó a su hijo, quien, al oír la razón, salió apresuradamente de la casa donde estaba. Paró un taxi para que lo llevara lo más rápidamente posible a su casa para recoger una blusa y el fonendoscopio, seguidamente y en el mismo taxi se dirigió al hospital. Apenas tuvo tiempo de pagar. Entró corriendo al hospital. Al llegar a Urgencias y no ver nada extraño, empujó bruscamente la puerta de un pequeño salón de descanso, que había a un lado del servicio, y prácticamente gritando, preguntó:
-«Dónde están?»
Quienes allí se encontraban, estaban jugando billar o simplemente descansando, se volvieron extrañados a la puerta para ver la cara del demente que acababa de entrar. Entonces nuestro amigo comprendió, solo hasta ese momento que había sido objeto de una broma.
JOSÉ MIGUEL PARRA CASTAÑEDA