Sobre Héroes, bonos y tumbas

Nos llamaron insistentemente héroes…

Tanta generosidad retorica contrasta con la triste realidad laboral del trabajador de la salud, llegó el virus asesino y de pronto empezaron los llamados a reconocer la heroicidad de médicos, enfermeras, bacteriólogas. Los reclamos en contra de los vigilantes, los porteros, los facturadores, los camilleros parecieron tomar un respiro. De un momento para otro nos convertimos en héroes. Alguien empezó a pedir un reconocimiento a los paladines de la salud y surgió la propuesta de una prima extra, un bono por un valor diferencial que sería aplicado a los trabajadores de la salud, pero que no podría tomarse como factor salarial, en fin, una propina.

Luego de varios meses los expertos del gobierno empezaron a gestionar el bono y la manera como sería pagado a los trabajadores. A la fecha algunos ya lo han recibido, no faltaron las críticas: Que no reconocía el esfuerzo del personal no profesional en la justa medida, que no llegaba a todas las profesiones de la salud, pese a que en todos los casos y más ahora que la pandemia ya se difundió de manera que el contagio se puede presentar en cualquier servicio y el riesgo se democratizó.

Hoy por hoy se cuentan por miles los trabajadores de la salud que han sido afectados por el virus, muchos han muerto, especialmente personal de enfermería. Las auxiliares de enfermería han puesto la cuota más alta, seguidas por las enfermeras jefe y los médicos, pero han muerto operadores de radio, conductores de ambulancia, celadores, funcionarios administrativos. Cuando termine esta malhadada hora y nos reencontremos los supervivientes en el trabajo presencial vamos a notar las ausencias irreparables de los que ya nunca volverán.

El virus puso a prueba la solidez de un sistema enclenque, con una universalidad de papel, no exenta de privilegios. El virus puso el dedo en la llaga de la inequidad del sistema que se traduce en las limitadas accesibilidad y oportunidad al tenor de los cuellos de botella y las barreras de acceso que se les ponen a los pacientes para que reciban la atención que requieren. Reveló las inequidades en las formas de contratación, la precariedad de los ingresos y la sobreexplotación el personal de la salud. Evidenció cuales son las prioridades de un gobierno y la clase social que representa.

Una vez que se detectó la presencia del virus en nuestro medio y ante la indolencia e inercia del gobierno de Iván Duque, su negativa sistemática a cerrar los puertos aéreos y a reforzar las medidas para controlar el ingreso de personas infectadas procedentes de Europa, Estados Unidos y otros países donde el virus medró a causa de sus características propias de infectividad, virulencia, acentuadas por la timidez de las medidas de control y la lentitud para implementar acciones resolutivas por parte de sistemas anquilosados por la rutina y paralizados por el terror, a trancas y mochas se generó una cuarentena que más se demoró en ser instaurada que en empezar a ser desmontada por la colosal indiferencia del gobierno central y su priorización no hacia la salud y la vida de la población sino hacia la supervivencia de la economía, especialmente la que tiene como referentes a los grandes empresarios que financiaron su campaña…

¿De cuántos coronavirus necesitaremos para entender que el valor máximo es la vida y no el dinero? ¿Que nuestro rasgo más humano es la solidaridad y no la competitividad? ¿Que la naturaleza es indiferente a nuestro destino, pero el nuestro está íntimamente ligado a la naturaleza?

Aquí en Bogotá los roces entre la administración local y la central fueron épicos, la contradicción no fue menor. A la argumentación poderosa, técnica, expresada en forma apasionada y visceral por la alcaldesa Claudia López, el gobierno central reaccionó con imposiciones, pero al notar que la gente no aceptaba y reprochaba su posición autoritaria, Iván Duque cambió su discurso en apariencia, lo hizo más insidioso, más engañoso, se rodeó de personas que empezaron una metódica labor de engatusar a la población, de maquillar las realidades estadísticas, de ocultar la verdad.

Salieron también los defensores de Duque. Las bodegas de zombis pagos con dineros del Estado y los periodistas conniventes con el poder a decir que lo dicho por Claudia López en relación con la probable extensión de la cuarentena por varios meses era exagerado, terrorista e irresponsable. Ni una palabra sobre la tardanza en tomar medidas fundamentales como el cierre de los aeropuertos. Pretendieron hacer insignificante la evidencia de que el virus llegó por vía aérea y que Bogotá fue el eje de transmisión a todo el país, que fue por mucho la ciudad con mayor concentración de casos positivos.

Hoy, ocho meses después hablamos de consecuencias, consecuencias de tomarse tiempo para definir acciones contundentes: Si a alguien le debemos que se haya tomado la decisión de obligarnos al aislamiento social es a los mandatarios locales y regionales, no a Iván Duque ni a su combo de tecnócratas. La fiebre no está en las sábanas. Pero si hilamos mucho más fino no podemos negar la evidencia de que para el gobierno central el coronavirus no sólo fue la prueba fallida de su infame mandato, fue y sigue siendo una buena cortina de humo y, a la vez, la excusa perfecta.

Desde entonces, en forma diaria y por espacio de una hora entre las seis y las siete de la noche el señor Duque hace uso de la televisión en una especie de reality show, donde alterna con diversas personas, por lo general funcionarios de su gobierno puestos ahí para reafirmar un mensaje tranquilizador, somnífero, que el propio presidente, experto en discursos melifluos e insidiosos, repite como una letanía:  Que vamos bien, que él y su equipo de «expertos» están tomando las «mejores decisiones», que la discusión entre la preeminencia de la vida o de la economía es un «falso dilema», que la naturaleza de ambas opciones, la economía y la vida, es complementaria.

Nuevamente la prensa, que nunca ha sido independiente, pero mucho menos ahora que está en manos de los cacaos, salió a mentir que la «curva» de la incidencia del COVID 19 no sólo se había aplanado, sino que registraba un muy notorio descenso, pero el virus anda por ahí, en las calles atestadas, en los buses repletos, en las oficinas atiborradas, los comercios llenos.

Las señales ominosas de un nuevo resurgir del virus que nunca se ha ido se minimizan, es más , se enfatiza que cualquier situación que se presente de aumento de la incidencia del COVID 19 ya no es responsabilidad de las malas decisiones del gobierno que no es protector de la vida, sino fruto de la irresponsabilidad de la gente, del vulgo ignorante e hirsuto que no se sabe cuidar, que ha tenido que salir a batallar y guerrear pues no hay plata para que el Estado les garantice un mínimo vital, como si la hay para prestarle dinero a una aerolínea extranjera, o para comprarse un helicóptero de lujo para la presidencia.

El número y la calidad de las pruebas diagnósticas se ha reducido, se hacen menos RT-PCR y cada vez más pruebas serológicas menos confiables, y aun así se continúa haciendo un permanente y falaz llamado a la tranquilidad de la población.

Se cambia la expresión cuarentena por aislamiento inteligente, se riega el responso de que «debemos acostumbrarnos a convivir con el virus», mensaje que apela al fatalismo de un pueblo que se ha acostumbrado al diario convivir con las águilas negras o verdes, con la corrupción desaforada, con el ejercicio infame de la política mediante el engaño y la manipulación social. ¡No! No se puede confiar en las cifras, pues el número de casos confirmados es proporcional a la intensidad de la búsqueda y ésta a la cantidad de pruebas diagnósticas aplicadas. El aislamiento selectivo e inteligente, al igual que la «ley de crecimiento económico” y tantas otras expresiones eufemísticas del gobierno, suena a “homicidio colectivo”.

La misma OMS en cabeza de su presidente hizo una clara advertencia a los gobiernos acerca del peligro que entraña abandonar las medidas que limitan el contacto entre las personas. Bill Gates en 2016 hablaba del impacto que tendría una pandemia, de su costo impagable si no se controlaba a tiempo, antes de que afectara a un mayor porcentaje de la población mundial. Arriesgaba una cifra de 50000000000000 millones de dólares como el posible costo de la pandemia. Sus vaticinios apocalípticos pero racionales se están cumpliendo, luego de una primera ola de contagios y muertes, seguida del relajamiento de las medidas preventivas, Europa vuelve a instaurar medidas restrictivas ante el aumento de los casos y de las muertes…

Eso es lo que Duque intenta hacer con su aislamiento «inteligente», su decálogo postcuarentena y la tergiversación de las declaraciones de los epidemiólogos e infectólogos que lo rodean. El único que dice claro lo que traman es el economista Alberto Bernal, defensor acérrimo de las medidas tomadas por el presidente, para quien miles de muertos es un buen precio para salvar la Economía. Muestra su acuerdo y demuestra gratitud por dichas medidas, el desmonte progresivo de la cuarentena, ahora aislamiento, una herramienta de control epidemiológico, convertida en herramienta política de quienes ven con esperanza un país con una economía de supervivencia conseguida al costo de convertirlo en camposanto.

Vamos de mentira en mentira, de manipulación en manipulación, siempre cabe la duda cuando el gobierno dice o propone algo, qué oculta, cuál intención esconde detrás de tanta perogrullada y frase almibarada, no hay confianza, Duque no es diáfano, las decisiones son forzadas. Vamos sin freno hacia una catástrofe peor que la de EEUU. Impondrán su «aislamiento inteligente» contra viento y marea. La muerte no los hará recular, los muertos que ya superan los treinta mil casos no regresarán.

 ¿Usted realmente cree que la progresión de la enfermedad se ralentizó? ¿Cree que es posible que el virus tenga piedad de un país donde el establecimiento no tiene piedad de los pobres en el día a día? ¿Cree que los números oficiales dan cuenta real del progreso del COVID 19?

Hoy ves pasar Transmilenios atiborrados, mañana los verás pasar vacíos y en la otra calzada uno tras otro los carros fúnebres. Algo hay en esa larga fila de Transmilenios a reventar que me recuerda los trenes que llevaban decenas de miles de judíos a los campos de exterminio…

Duque actúa y predica como si los colombianos no hubiéramos sido testigos de la laxitud que demostró para dar los pasos indispensables para el control de la epidemia dizque por salvaguardar la economía, nunca han defendido la vida como valor en sí mismo, el único valor el dinero. Proclive a modificar las expresiones para hacerlas menos duras, más dulces y ajenas al dolor y el horror que expresan seguramente cambiarán el verso aquel del himno nacional que dice «Deber antes que vida con llamas escribió», lo trocarán por «Economía antes que vida con muertos defendió». Cuando veamos el país convertido en camposanto, cuando empiecen a caer los que amamos, ese día entenderemos las prioridades.

Primera autoridad de la nación, sin autoridad; jefe de gobierno, sin gobierno; presidente de la nación, sin nación…

Sentados detrás de un escritorio, aislados convenientemente de la cotidiana y dura realidad de la nación, expertos en hacer cálculos de conveniencias y selecciones adversas para que sus amigos mantengan sus negocios y su status, convirtiendo la tragedia en una oportunidad para afianzar su poder y privilegios, el gobierno lanza a la calle a millones de menesterosos prescindibles para que muevan el aparato económico antes de ser alcanzados y diezmados por el virus. No importa, cuando empiecen a caer como moscas siempre tendrán a la mano el argumento fácil de lanzar una acusación generalizante e infundada que desvíe la atención de ellos, los verdaderos culpables, responsabilizarán a la población por imprudente, por desobediente, por negligente.

Parte de la estrategia será también generar y justificar reacciones de falsa solidaridad con el gremio de la salud sobreexplotado, despojado de derechos, precarizado y expuesto.

Grave lo del coronavirus, pero mucho más grave que al frente del gobierno se encuentre un partido neoliberal a ultranza, corrupto hasta la médula, inhumano hasta los tuétanos y un sujeto cuya indolencia es apenas comparable con su habilidad para urdir discursos inanes y falaces.

Ante el evidente fracaso de las medidas tomadas, ante la amenaza de un resurgir violento del virus, de una catástrofe anunciada, ya empiezan los políticos afines con el gobierno de turno a preparar su huida, se empiezan a deslindar deslealmente del Duque para poder maniobrar. Revalidarán sus estrategias exitosas, alentarán candidatos no tan nuevos, no tan alternativos, no tan lejos de su control, con un mensaje de falsa moderación, de estudiado optimismo, no todo es tan malo, no estamos tan mal, podemos pasar otros 200 años bajo la misma modalidad de gobierno, las mismas riendas, sólo que un poquito más flojas. Ya verán como, en un momento dado, la emprenderán contra la oposición, izarán banderas, trapos rojos y azules, inventarán cocos.

Y es que en las crisis sacamos lo mejor que tenemos, nos mostramos sin maquillaje, como somos en realidad. Cada cual se expresa con lo que destila de su interior, no se le pueden pedir peras al olmo, la falsa indignación halla en su expresión los caminos que ha labrado la experiencia. Son las crisis y la necesidad las que desvelan nuestras bondades y nuestras miserias, no valen los aplausos, son hechos como los actos de discriminación y odio hacia el personal de salud la ventana que nos muestra nuestra más despreciable cara y descubren nuestro más infame argumento. Triste y pobre país fallido.

Las malas noticias comenzaron realmente el día que ganó las elecciones el tipo que nunca convocó reuniones masivas, que nunca llenó plazas, que basó su campaña en desnaturalizar y ridiculizar las propuestas de la contraparte, que convocó en torno suyo a lo peor de lo tradicional. ¿Será que quienes votaron por miedo, los que vendieron su voto o los que simplemente no votaron, gozan de algún tipo de inmunidad frente al COVID 19? ¿Será que no serán afectados por los aplazamientos injustificados y las prioridades del gobierno que ayudaron a elegir? ¿Será karma?

Aparecerán los defensores de oficio a argüir que estamos polarizando, que estamos respirando por la herida, que todavía nos duele que nuestro supuesto candidato haya perdido, así haya sido con votos comprados con plata del narcotráfico, pero la verdad es que perdimos todos y ellos aún no lo saben: La tranquilidad, la estabilidad, el derecho a soñar, el futuro, la nación, la vida. Enfrentamos la extinción en medio de la anarquía, mientras los que debían protegernos miran impávidos desde sus cómodas tribunas, hacen y transmiten juegos de palabras en sus shows mediáticos.

Las calamidades tienden a repetirse en este país desmemoriado que ignora su historia, no nos bastó con un AIS, de hecho, han podido suceder centenares, miles de AIS, en nuestra cacocracia, lo cual daría una idea de la magnitud de nuestra ineptitud ciudadana. Los colombianos no cesamos de demostrar cuánta razón tenía Darío Echandía cuando decía que somos un país de cafres: Discriminadores, arribistas, pacatos, truculentos, ventajosos, mentirosos, individualistas e insolidarios. El uribismo explota nuestros peores atributos…

El virus no sabe de razones, de temores ni miserias. Contrastando con el mensaje falaz hacia los héroes de la salud no han faltado las agresiones, los actos discriminatorios, los ataques a personas con bata o con uniforme de dril de trabajador de la salud. «Dolor colectivo», «Héroes o Mártires» frases de cajón, falsos dilemas, donde en realidad hay desdén, indiferencia, se instrumentaliza y administra miseria, brutal individualismo afín con un «sálvese quien pueda» más que con solidaridad. El virus nos desnuda antes de matarnos. Muchos de los que propician actos infames contra la misión médica, serán víctimas del virus inclemente y su propia indolencia

El 80% de los nuestros pueden matarse trabajando, pueden exponer sus vidas y comprometer su salud y la de los suyos, pero ni siquiera son reconocidos como trabajadores. Se viola el principio de a igual trabajo, igual remuneración, se les niega el derecho a recuperarse de la enfermedad, vacaciones, cesantías, se les niega la solidaridad patronal en el pago de la seguridad social. ¿Aplausos? ¿Héroes?, se les niega su condición de seres humanos, se les limita el ejercicio sus derechos ciudadanos. ¡Hipocresía!!

Los héroes no existen, lo que tenemos son personas de carne y hueso bien intencionadas, mejor preparadas, pero nadie cuenta con que el precio de ayudar a los demás sea exponer y perder su vida. No necesitamos aplausos, no somos ni artistas ni héroes, somos trabajadores por vocación y por compromiso con la vida, la ciencia y la salud. Exigimos respeto de nuestros conciudadanos y del gobierno. Justas y seguras condiciones de trabajo

La crisis del coronavirus solo reveló en forma descarnada la falta de humanidad del capitalismo salvaje, la despreocupación de los gobiernos neoliberales por lo social y la ausencia total de empatía de sus líderes. No le pidan peras al Olmo. Ni Bolsonaro ni Trump ni Duque son más de lo que han mostrado ser.

CARLOS FAJARDO MD

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