LA LOGICA MONSTRUOSA DE UN GENOCIDIO ANUNCIADO
El 13 de noviembre de 1985 siendo casi las 23 horas, una avalancha de lodo y piedras destruyó la ciudad de Armero y mató un número aproximado de 25000 personas, dejando heridas a cerca de 4500 personas, pérdidas económicas incalculables, destrucción, muerte y caos por doquier. Era el epílogo de una tragedia anunciada. En efecto, desde el 22 de diciembre de 1984, casi un año antes, se empezó a presentar una actividad sísmica importante en la zona aledaña al volcán nevado del Ruiz. Hasta esa fecha habían pasado 139 años desde la última erupción en 1845 cuando una importante avenida mató a cerca de 400 personas.
Las personas residentes en la zona escuchaban ruidos subterráneos, las fumarolas se intensificaron, los temblores fueron in crescendo. Fueron muchas las voces que clamaron al gobierno de la época para que se tomaran medidas para prevenir la catástrofe, la respuesta era la prosa meliflua e inane de siempre, decían que los “expertos” se encontraban en la zona, que sus informes alimentaban y documentaban las decisiones y comunicados del gobierno acerca del devenir de la situación en la región y que no había por el momento de qué preocuparse.
Pero la gente estaba preocupada y se preocupó más cuando el 11 de septiembre de 1985, dos meses antes de la tragedia, a eso de las 13:30 horas, se produjo una emisión importante de material piroclástico asociado a intensa actividad eléctrica sobre el cráter Arenas. Los flujos provenientes de esa erupción recorrieron cerca de 8 kilómetros e interrumpieron una vía, la Manizales-Murillo. Desde esa fecha, hasta la fecha de la tragedia la actividad sísmica y las fumarolas persistieron.
La respuesta del gobierno central al clamor de las autoridades locales seguía por la misma línea indolente e inocua. Respondían que estaban esperando un “balance técnico y científico” para “poder establecer planes de acción preventiva”.
No obstante, sabemos que desde un año antes el Instituto de investigaciones geológicas y de minas (Ingeominas) tenía conocimiento del peligro que representaban las pistas que el volcán generosamente daba sobre la posibilidad de una importante erupción y el consecuente monstruoso lahar que podría presentarse.
De hecho, el 7 de octubre de 1985 Ingeominas genera un informe en el cual documenta su predicción de la producción, como consecuencia de la actividad volcánica en la zona, de un flujo de lodo de 25 a 50 metros de altura que afectaría y destruiría no sólo a la ciudad de Armero sino al fértil valle que la circundaba.
Y entonces pasó lo que tenía que pasar, tomaremos textualmente el relato que se hizo de la tragedia en el estudio de Mojica y colaboradores bajo el auspicio de la Universidad Nacional de Colombia:
“El 13 de noviembre de 1985 ocurrió una reactividad importante del Volcán Nevado del Ruíz, que dio lugar a varias erupciones- acompañadas de numerosos sismos- que arrojaron a la atmósfera grandes cantidades de material sólido (piroclastos) y de gases; los últimos expulsados a través del cráter principal (cráter Arenas) y de numerosos focos fumarólicos con arreglo concéntrico alrededor de él”.
“La acción conjunta de dichos procesos (a los cuales se sumaron lluvias torrenciales) causó rápidos deshielos de una parte, estimada en el 10% de los glaciares que cubren el volcán y alimentan los nacimientos de los ríos Lagunilla, Azufrado, Gualí, Claros y Molinos, generándose en cada uno de ellos avenidas de escombros y vegetales que limaron hasta la roca viva las paredes de los cauces utilizados, destruyeron los puentes y viviendas encontrados a su paso y, que a la salida de las zonas planas, arrasaron la ciudad de Armero, causaron graves daños en Chinchiná y algo más leves en Mariquita y Honda”
“El material acarreado (lodo, arena, grava, cantos, bloques, raíces, troncos y ramas) provino en mayor proporción del cauce del rio Azufrado, en el cual alcanzó altura de hasta 40 metros…De acuerdo con la información existente, se calcula que el flujo avanzó hasta el valle de Armero con una velocidad promedio de 40 kilómetros por hora”
“Algunos sobrevivientes de Armero y varios habitantes de Guayabal, mencionan que el flujo de lodo era de temperatura “tibia a caliente”. Informes del personal médico de la Universidad Nacional que atendió la emergencia señalan lesiones por quemaduras de 2° grado en pacientes rescatados de Armero. Esto permite sugerir temperaturas de 60-70°C”
“El área cubierta por los sedimentos fue de 3387 hectáreas (33.87 km2), el volumen total del material transportado hasta el valle de Armero, incluidas las fases líquida y sólida, se estima en 80 millones de metros cúbicos, los daños materiales (vías, cultivos, contaminación de aguas, destrucción de distritos de riego) sobrepasarían los 30.000 millones de pesos” (De la época).
Como pueden ver el tal balance técnico y científico que requerían para tomar decisiones y establecer planes de acción preventiva fue presentado por Ingeominas un mes antes de la tragedia, pero los famosos planes de acción preventiva brillaron por su ausencia. Los citados planes tenían un costo de 11 millones de pesos de la época (compárese con el costo de la tragedia) y hubieran salvado muchas de las 25000 vidas que se perdieron.
De nada valieron los informes técnicos, los debates del parlamentario caldense Hernando Arango Monedero quien predijo con pelos y señales lo que posteriormente ocurrió y quien pese a su detallada exposición sólo obtuvo del Ministro de Minas de la época la siguiente declaración «Su didáctica intervención, a ratos llena de dramatismo y un poco de Apocalipsis, sirve para decirle que todo ha sido informado y que se seguirá informando de las actividades del volcán»; tampoco valió la amenaza de paro cívico de los habitantes de la región, nada pudo contra la indolencia, la pasividad y la irresponsabilidad del gobierno de Belisario Betancur Cuartas, de su Ministro de Minas, Iván Duque Escobar, para quien había un “dramatismo extremo” por parte de los pobladores, dirigentes y políticos de la zona en los días previos a la tragedia.
Han pasado 35 años casi desde esa terrible tragedia, los protagonistas de entonces ya murieron, los unos (la mayoría) el 13 de noviembre de 1985, los otros (los dirigentes) a lo largo de estos años. Pero la semilla de Iván Duque Escobar sigue viva: La indolencia, la pasividad, la manipulación y la mentira siguen campeando en las declaraciones del gobierno frente a la calamidad que nos enluta y atemoriza por estos días.
“El coronavirus llegó para quedarse”, “tenemos que acostumbrarnos a vivir con él”, sentencia con tono fatalista cínicamente el actual presidente de la república, un advenedizo que llegó con el apoyo del gran elector de los últimos 20 años en Colombia (Álvaro Uribe Vélez), hijo del precitado Iván Duque Escobar, homónimo del mismo y quien heredó no solo el nombre de su padre sino también la indolencia de su progenitor.
El mundo entero se sorprendió cuando, en medio del crecimiento exponencial del contagio por un virus que ha demostrado ser muy contagioso y especialmente letal con las personas que tienen copatologías crónicas o simplemente pasan de los 60 años, Iván Duque hijo, actual presidente de la república de Colombia, autorizó la realización, el pasado 19 de junio, de una jornada de compras sin IVA. Pero su sorpresa se trocó en horror cuando vieron la desorganización, el caos, el incumplimiento rampante de las normas de convivencia en pandemia que se presentaron ese día. Las consecuencias saltan a la vista, los contagios detectados diariamente pasaron de 1500- 2000 a 5000-6000 diarios, los muertos aumentaron, las camas de UCI empezaron a faltar, los hospitales se llenaron de pacientes con COVID 19 (Hoy, 15 de Julio de 2020, se declaró la alerta roja, las camas de UCI se acabaron, ahora lo que sobran son pacientes para ellas, hay un déficit de 142 camas para ese mismo número de pacientes en trance de muerte).
Duro saber que teníamos razón cuando decíamos que la consecuencia más importante del día sin IVA no serían los 5 billones en ventas con tarjeta de crédito, sino el repunte del virus y los venideros días sin UCI para muchos colombianos. “Duque te da mentiras, la muerte la sufres tú”, es el siniestro slogan que parafrasea una frase publicitaria de moda en estos días. Pero, además en el colmo del cinismo, el infame presentador de variedades se atreve a decir que no hay evidencia científica de que el aumento hasta casi triplicarse de las detecciones diarias de contagiados con COVID 19 se deban a la jornada de DÍA SIN IVA, o como la gente lo ha dado en llamar COVID FRIDAY.
Su obsecuente ministro de salud, Fernando Ruiz sale a diario a contarle a la gente que no se preocupe que el tema se soluciona simplemente con traer ventiladores. Como si el tema fuera de UCIs y no de tomar medidas para prevenir el contagio y evitarle a la gente la terrible experiencia de la enfermedad y la muerte de sus seres queridos. Entre tanto siguen a diario abriendo más y más actividades económicas, enviando muchedumbres a la calle, desmontando la opción más eficaz, el aislamiento social preventivo. La priorización de la economía es evidente y repugnante…
Nos quieren vender que el problema se arregla trayendo respiradores, justo cuando empiezan a escasear los operadores de los mismos. ¿Es que ya hay ventiladores automáticos que funcionan sin intensivistas, enfermeras especializadas, instalaciones adecuadas? No, la solución es prevenir, limitar contactos, fortalecer y no desmontar la cuarentena
¡Vamos IVÁN! ¡Tú puedes! No has llegado todavía al máximo de tu indolencia, sigue lanzando miríadas de gente a la calle para alimentar sin reato la gula letal del coronavirus con tantos colombianos prescindibles, sigue implementando esta masacre con sentido social. ¡Buen Muchacho! Esta Colombia nuestra, la del “futuro de todos” se acerca raudamente a la cima de las naciones con mayor número de contagios y de muertes por COVID 19.
Los alcaldes y mandatarios regionales, en quienes Duque y su equipo de “expertos” depositaron toda la responsabilidad del manejo de la Pandemia, piden a gritos el retorno a la cuarentena. Y entonces sale el señor presidente a negar tal posibilidad, a articular discursos donde pretende poner de relieve sus “buenas intenciones”, llama a la solidaridad y al autocuidado. La gente se torna entonces en el responsable de su propia supervivencia. Muestra el presidente su vocación de sepulturero, niega la posibilidad de la cuarentena por los efectos económicos que podría tener, ni una mención a las vidas que se podrían salvar. Él llegó ahí no por el voto de 10 millones de ciudadanos, sino por la financiación de los grandes cacaos, los dueños de la banca, los grandes empresarios, los dueños de los medios de comunicación, él está es para cuidar la economía y la gente está para cuidarse sola. Llegamos pues al esperado sálvese quien pueda. La parca vendrá por su cosecha. Armero, el gran logro de su padre, se queda corto. Vamos casi en 6000 muertos y falta lo más duro, con sus decisiones Duque logrará sobrepasar las 25000 víctimas de la indolencia de su progenitor.
Su estrategia, al igual que la de Trump en EEUU y la de Bolsonaro en Brasil, es la de facilitar el contagio buscando la costosa inmunidad de rebaño. ¿Qué importan los muertos mientras no sean los suyos? Vean lo que estos dos infames han conseguido en sus países y obtendrán una semblanza real de nuestro futuro inmediato, claro porque Duque sí que sabe de gestión territorial, el tipo no es atrevido, es de una prudencia sin par para sacar más y más gente a la calle en pleno crecimiento de la curva de incidencia, su apoyo a la gestión de los alcaldes y gobernadores ha sido impresionante, las decisiones que ha tomado, como el cierre del aeropuerto, la compra de ventiladores, el apoyo a las universidades que se dieron a la tarea de fabricarlos a una décima parte de su costo, las facilidades para la importación de insumos para la fabricación de EPP o de los propios EPP, ha sido excepcional. Si algo pasa va a ser, sin duda, culpa del paciente y de nosotros los trabajadores de la salud.
Entonces qué compañeros. ¿Nos mesamos los cabellos? ¿Rasgamos nuestras vestiduras? Somos nosotros, los trabajadores de la salud los que vamos a caer como moscas, son nuestros hijos los que quedarán en la Orfandad y la miseria. ¿Vale la pena tanto esfuerzo y tanto sacrificio cuando se nos trata como fichas prescindibles? ¿Tiene sentido exponernos y exponer a nuestros seres queridos para que nos agredan, ultrajen, discriminen, amenacen y asesinen los desadaptados que, desgraciadamente, no son pocos? ¿Vamos a sufrir en silencio o llenamos esas calles con nuestras protestas, alzamos nuestras voces por nuestros derechos y exigimos medidas eficaces para prevenir el apocalipsis que ya mismo, en este instante, sucede a nuestro alrededor? No validemos con nuestro mutismo la infamia.
Ahora bien, muchos caen en la tentación de decir que esa es la prueba de la ineptitud del gobierno, ese juicio me parece abrumadoramente injusto. No es ineptitud, es perfidia, es mala intención, es manipulación, es engaño, es, como decía el finado Aute, premeditación y alevosía.
Estamos viviendo de la mano de otro Duque, un segundo y más catastrófico Armero
Dicen que han aplanado la curva de incidencia del COVID 19, sus asesores conspicuos y solícitos dan declaraciones ambiguas cuidadosamente diseñadas para no decir nada, sólo queda el peso de sus ligerísimas conciencias, entre tanto la Pandemia avanza, cobra cada día más vidas.
Si fuéramos una nación viable la prensa no estaría en manos de los que mayormente se benefician de la inequidad y la injusticia, el poder en manos de variopintos corruptos amancebados para robar y consolidar este antisocial estado de cosas, las armas en manos de asesinos a sueldo.
Nadie está a salvo de las águilas verdes, su vocación criminal nos pone a todos en su mira infame, ni los animales inocentes, ni los niños y niñas vulnerables, ni los campesinos ni los líderes sociales: Incubamos y nutrimos con nuestros impuestos una horda de zánganos asesinos…
La gente queda arrinconada entre dos calamidades, el virus periyacente que la obliga a guardarse y el hambre omnipresente que la incita a rebuscar, en ambos casos acentuadas por el pésimo compromiso social del gobierno y su proclividad a lavarse las manos dejándola a su suerte.
CARLOS FAJARDO
MD