MEDICINA Y FILOSOFÍA.
Dr. José Miguel Parra
¿Filosofía en medicina? Muchos piensan que esta disciplina no tiene nada que ver con medicina. Sin embargo, si tenemos en cuenta que la filosofía son conceptos básicos sobre la vida, nuestra estancia en la tierra, la muerte, la forma de sentirnos bien o mal, etc…; podemos entender que la filosofía tiene mucho que ver con la medicina. En realidad, para quienes practicamos la clínica, cada parte del acto médico contiene un concepto filosófico.
Al presentarse el paciente ante nosotros estamos dando por sentado que se trata de un ser real (realismo ontológico) que viene en busca de ayuda (al menos antes de la ley 100) y nos aprestamos a proporcionarle lo mejor posible y conforme al precepto hipocrático que manda ayudar sin dañar (humanismo). Comenzamos por preguntarle qué le pasa: Presumimos que hay algo que puede llegar a saber (realismo gnoseológico) y por tanto que podemos hacer algo por él (optimismo praxeológico). La respuesta del paciente podrá suscitar preguntas adicionales, o consultamos su historia clínica (actualmente muchos pacientes se acogen a esto último, con la convicción que su participación en el interrogatorio solo es objeto de la primera consulta y a veces ni eso). Pero, lejos de creer todo cuanto nos cuenta o aparece en la historia, lo dudamos (escepticismo metodológico). En el examen físico (para quienes lo realizamos) queremos convertir esos síntomas en signos o indicadores objetivos (biomarcadores) de los procesos biológicos morbosos que le ocurren (materialismo). Utilizamos elementos de la mal llamada tecnología médica, desde el estetoscopio hasta el aparato de resonancia magnética, no perdiendo de vista los hechos de que no hay órgano aislado ni paciente en un vacío social (sistemismo).
Todos estos aspectos se van reuniendo para conformar un diagnostico que está basado en lo que aprendimos en la facultad, al compaginar los 3 contextos en los que estamos inmersos todos los mortales, es decir el contexto fisicoquímico (metabolismo, equilibrio hidroelectrolítico, sustancias tóxicas) el de interrelación con el medio ambiente(infecciones, irradiaciones) y el social ( violencia, pobreza, depresiones).
Con este primer diagnóstico estamos poniendo en práctica la máxima «Conocer antes que actuar» (praxiología científica) al iniciar un tratamiento gracias a lo conseguido con la investigación científica (cientificismo). O sea, Estamos rechazando tácitamente tanto las visiones mágico-religiosas como el intuicionismo dogmático, el empirismo ciego y el escepticismo destructivo, que son las características de las medicinas llamadas alternativas. Tratamiento que puede ser efectivo y en ese caso aquí se puede terminar la tarea o continuarla para mantener controlada la enfermedad. En otros casos, los resultados del tratamiento serán otros tantos elementos de juicio para revisar tanto el diagnóstico como el tratamiento.
El no tener claro estos conceptos (que en general no los enseñan en las universidades) hacen que muchos médicos crean que medicina científica y alternativa pueden ser compatibles. Estas medicinas son ampliamente aceptadas en países subdesarrollados, pero incluso en EEUU, donde casi la mitad de la población recurre a la medicina «no convencional», en particular quiropráctica, homeopatía, acupuntura y herbalismo, pese a las advertencias del Consumer Report, que la gente consulta y acata antes de comprar automóviles y electrodomésticos.
Antes de hablar mal de las medicinas alternativas, hablemos de las medicinas consideradas arcaicas como son el chamanismo y la medicina china, ya que se basan en el mismo concepto filosófico como es el concepto de armonía y equilibrio. En el caso del chamanismo, de la interrelación del organismo con la “divina” naturaleza; el desacople con los espíritus o energía del universo, para lo cual se necesitan rezos o rituales especiales que permitan un reencuentro y por tanto una curación. Se acoge a ese elemento mágico que tenemos, al creer que como humanos somos algo especial, al ser los únicos seres vivientes que tenemos relación con la divinidad.
los practicantes de la medicina china tradicional procuran la armonía o equilibrio del yin con el yang, idea que concordaba con el principio político de Confucio, de buscar la armonía social. Esas presuntas propiedades básicas habían sido nombradas, pero no se las había descrito con precisión y por lo tanto se prestaban a interpretaciones arbitrarias. Lo mismo se aplica al qi o chi, que suele traducirse por «fuerza (o energía) vital», y que se supone fluye a lo largo de los «meridianos» o canales. Los meridianos figuran en los atlas anatómicos chinos dibujados hace dos milenios, pero ningún anatomista los ha encontrado, y ningún fisiólogo ha detectado el qi. En todo caso, puesto que los médicos chinos tradicionales concebían la enfermedad como un desequilibrio entre el yin y el yang, su tarea consistía en reconocer los desequilibrios en los síntomas y restablecerlos, lo que procuraba hacer prescribiendo dietas, hierbas supuestamente medicinales, acupuntura y masaje. En esto, en recurrir sólo a medios materiales, el médico chino tradicional es superior al médico brujo o chaman. Pero en ambos casos lo que realmente obra es un placebo.
La medicina científica tiene su propio concepto de armonía y de la idea de equilibro corporal como el concepto fisiológico de homeostasis o constancia del medio interior, propuesta más de dos milenios después por Claude Bernard y refinada casi un siglo después por Walter Cannon. estabilidad que resulta de mecanismos de retroalimentación positiva y negativa. El médico internista contemporáneo procura mantener o restablecer los valores normales de los parámetros que caracterizan al medio interno del organismo sano, como temperatura, presión sanguínea, acidez y niveles de azúcar y de cortisol, todos los cuales son medibles y susceptibles de ser alterados por distintos medios.
Una clase de medicina alternativa es la llamada medicina holística en la que consideran que a los pacientes hay que tratarlos como un todo, esta característica es común a las medicinas tradicionales, ignorando la anatomía, la fisiología y la bioquímica. Por el contrario, la medicina científica es sistémica, en tanto que admite que las partes del organismo humano, aunque distintas, están conectadas entre sí, y es analítica, en cuanto distingue órganos con funciones específicas, o sea, procesos que sólo ocurren en esos órganos. Los tratamientos holísticos con frecuencia fracasan pues no tiene en cuenta la selectividad. Las membranas celulares tienen receptores que son altamente selectivos para cada órgano o tejido; su forma geométrica y la carga eléctrica permite la inclusión de unas cuantas moléculas. Este es uno de los principales mecanismos de supervivencia, ahí, si se aplica la selección natural.
La homeopatía no es holista, porque reconoce la necesidad de usar remedios específicos. Pero los presuntos específicos homeopáticos son imaginarios, ya que los homeópatas no hacen ni usan estudios farmacológicos que muestren los efectos de sus preparados al nivel molecular. Tampoco hacen ensayos clínicos que prueben la mejoría de los pacientes que toman remedios homeopáticos. Más aún, los homeópatas se limitan a aplicar los principios («leyes») que Samuel Hahnemann formuló hace dos siglos, y a recopilar anécdotas de presuntas curaciones. No utilizan ninguna de las herramientas diagnósticas de la, que ellos llaman: medicina «alopática» (microscopio, rayos X, análisis bioquímico, bacteriológico, parasitólogico, etc.). Tampoco ponen a prueba la eficacia de los medicamentos que recomiendan, los que son producidos por grandes firmas especializadas, que no invierten en investigación ni emplean a farmacólogos. Todos esos presuntos remedios son diluciones de supuestos principios activos de origen vegetal. Estas diluciones son tan extremas, que lo que ingiere el paciente es agua casi pura o, en el caso de pastillas, excipiente casi puro. En efecto, un medicamento homeopático cualquiera, se prepara diluyendo varias veces una «tintura madre» constituida por un producto natural (vegetal, animal o mineral), al cabo de 30 diluciones, que es el número recomendado, sólo queda (1/100)^30 = 10^-60 o sea menos de una molécula por galaxia.
Es claro que se cuentan a menudo casos de mejoría o aun de curaciones debidas a la homeopatía. Pero al no tener estudios randomizados, hay que suponer que la mejoría, cuando ocurre, es un efecto placebo. Por la misma razón, así el porcentaje (desconocido) de casos positivos fuese apreciable, no se tiene en cuenta el porcentaje (desconocido) de fracasos o fatalidades. Entre otras cosas porque los consumidores no están tan prevenidos como con la medicina científica y no demandan cuando esto ocurre.
Otra medicina es el naturismo, que es la doctrina filosófica según la cual todo lo malo se origina en un apartamiento de la naturaleza. rechaza todo lo sobrenatural y sostiene la identidad del universo con la naturaleza, así como la reducción de todo lo humano a lo zoológico; el naturismo es esencialmente un juicio de valor: «Lo natural es mejor que lo artificial». Por ello utilizan productos vegetales esencialmente para los tratamientos. Siempre que se trate de productos naturales se debieran plantear dos interrogantes: ¿qué efectos adversos tiene esa hierba, y cuál es la dosis adecuada? Desgraciadamente, la venta de esos productos no está regulada porque suele creerse que, por ser naturales, son tan inofensivos como las hortalizas. Pero algunos productos naturales muy populares tienen efectos adversos, unos directamente y otros por interactuar con fármacos. Por ejemplo, regaliz (u orozuz), guaraná, valeriana, efedra, raíz de acónito, ginseng, entre otros, son tóxicos y conocemos de los efectos del árnica en nuestra población.
Debido a que nunca se conoce en detalle la composición de cada producto natural, tampoco se conocen los mecanismos bioquímicos que desata, acelera o retarda cuando se lo ingiere. Esta ignorancia obliga a proceder por acierto y error, en lugar de recurrir al método científico. Por el contrario, cuando se conoce la composición de una sustancia, así como los rasgos sobresalientes del mecanismo en el que es preciso intervenir, se pueden formular y poner a prueba hipótesis precisas sobre los posibles resultados de la acción del medicamento El problema de ensayar los remedios naturales es extremadamente difícil porque toda hierba, toda raíz, toda semilla y todo hongo contiene moléculas de decenas de clases diferentes, de modo que, sin aislarlas y ensayarlas de a una, es imposible saber cuál de ellas es el llamado «principio activo», es decir, el que ha causado el efecto dado. A diferencia del herborista, el fabricante de remedios sintéticos tiene la obligación legal de responder estas preguntas con base en investigaciones de laboratorio y ensayos clínicos. Es verdad que la mitad de los 100 fármacos más utilizados son de origen vegetal; pero porque se ha podido extraer y estudiar la molécula que constituye su principio activo.
Es sabido que todas las terapias son eficaces en alguna medida, gracias a dos factores. Uno es la vis medicatrix naturae, o retorno espontáneo a la salud, gracias a nuestros mecanismos de defensa (fagocitosis y proceso inflamatorio) e inmunologico (formación de anticuerpos). El segundo factor que realza las virtudes reales de todos los tratamientos es el conjunto de efectos placebo, que son reales aun cuando los objetos placebo, como la plegaria y el agua coloreada homeopática, no actúen al nivel molecular
¿Cómo se explica la popularidad de las seudociencias en un campo tan importante y cultivado como es el cuidado de la salud? Como todo hecho social, éste tiene varias causas. He aquí algunas de ellas:
1.- Las terapias «alternativas» constituyen la medicina de los ignorantes del método científico, y éstos son mayoría en cualquier sociedad; en efecto, cualquier seudociencia se aprende en pocos días, mientras que el aprendizaje de cualquier ciencia exige muchos años.
2.- La medicina «alternativa» es la de los desahuciados por la medicina «oficial», que aún no ha encontrado tratamientos eficaces de sus males; es la última esperanza que tienen, como mecanismo compensatorio para sus dolencias.
3.- El relativismo cultural, que suele predicarse en nombre de la tolerancia, niega la posibilidad de la verdad objetiva y universal, de modo que sostiene que las diferencias entre el chamanismo y la medicina científica son culturales o ideológicas. El célebre Informe Flexner (1910) dedicó un largo capítulo a condenar severamente lo que llamó las «sectas» médicas, como la homeopatía y la osteopatía, y a criticar la tolerancia para con su práctica profesional. Un siglo después, algunas grandes universidades han olvidado ese informe y han incorporado la enseñanza de esas sectas en nombre de la tolerancia, lo que equivale a descriminalizar el crimen.
4.- Muchos desconfían de la industria farmacéutica porque vive del dolor ajeno y porque ha cometido algunos errores y delitos imperdonables, como vender cocaína, heroína, Talidomida, Vioxx, Avandia, enterovioformo y otras drogas dañinas. Pero esta justa condena no les impide a los escépticos comprar aspirinas o antibióticos.
5.- La contracultura y su contraparte académica, el posmodernismo, que se fabrica en facultades de humanidades, es consumida por un amplio sector compuesto de personas que sienten aversión por todo lo que huela a ciencia.
6.- Las revistas y editoriales sensacionalistas han sabido vender todo lo alternativo a la racionalidad y la contrastación experimental, como el libro “Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo” del ayurvédico y espiritualista Deepak Chopra.
7.- El oscurantismo académico, en particular el rechazo de los ideales intelectuales de la Ilustración francesa (racionalidad, cientificismo y progresismo). Este oscurantismo, que otrora fuera propio del conservadurismo político, es hoy compartido por sedicentes progresistas, que juzgan a la ciencia desde un punto de vista político, en lugar de hacer política con ayuda de la ciencia social.
8.- La Organización Mundial de la Salud, órgano de las Naciones Unidas, admite que «Para mejorar el enfoque de las medicinas tradicionales es necesario evaluar su calidad, seguridad y eficacia en base a la investigación» y, sin embargo, «insta a los Gobiernos nacionales a que respeten, conserven y comuniquen ampliamente el conocimiento médico tradicional» (WHO, 2011). Y los National Institutes of Health dedican 531 millones de dólares por año a las medicinas complementarias y alternativas. En resumen, el curanderismo, que antes era prerrogativa de la incultura popular, ahora también proviene de arriba.
Hasta hace un siglo, el botiquín de cualquier familia de clase media contenía venenos como calomel (cloruro de mercurio), que se tomaba como laxante; láudano, opiáceo usado como analgésico; y belladona, potente psicotrópico que, además de calmar dolores, dilataba las pupilas de las coquetas. Hoy día no faltan médicos que recetan pilas de medicamentos sin averiguar si son compatibles entre sí, ni si podría bastar un cambio en el estilo de vida, como caminar más y comer menos. En suma, estamos viviendo una epidemia de hipermedicación. (Es notorio que esta campaña está siendo financiada por poderosas firmas farmacéuticas.
Es natural que, ante los abusos de la medicina «oficial», haya quienes opten por alguna de las medicinas «complementarias y alternativas», en particular la fitoterapia. Pero semejante retorno al pasado es tan irracional como renunciar a la democracia en vista de que es limitada y corruptible. Del mismo modo que los defectos de la democracia se corrigen con más democracia, el remedio para cualquier enfermedad no es menos ciencia sino más y combinada con conciencia moral.
Este artículo dio cabida apenas a los conceptos en los que se fundamentan las medicinas alternativas y sus falencias, La forma en que los conceptos han dado lugar a la medicina que practicamos en el momento: La MEDICINA CIENTIFICA, podrá ser objeto de otro.